Entrevista con Rubén Gaztambide - Fernández: una vida entre la investigación participativa y el trabajo comunitario
La trayectoria de Rubén no puede entenderse únicamente desde sus estudios o su producción académica. Sus raíces están en la vida cotidiana de su infancia en Puerto Rico, marcada por figuras profundamente comprometidas con la justicia social. Su padrastro fue organizador comunitario, dedicado a apoyar a comunidades afectadas por problemáticas ecológicas, proyectos de desarrollo urbano, contaminación o recanalización de aguas. Lo acompañaba a reuniones, recorridos y viajes desde muy pequeño, presenciando la fuerza de la organización y el compromiso colectivo. Su madre, activista feminista, y su padre, académico, completan la mezcla que moldeó su sensibilidad y mirada crítica. “Supongo que mi trayectoria es una combinación de esas tres figuras”, dice hoy, consciente de que su camino comenzó mucho antes de que él mismo pudiera nombrarlo.
De la etnografía a la investigación participativa
Cuando decidió dedicarse a la investigación, su interés inicial estuvo puesto en el rol de las artes dentro del cambio social y los movimientos sociales. Durante su doctorado se acercó por primera vez a la investigación participativa, aunque no sin cuestionamientos. Le inquietaba cómo conciliar el rol del investigador con las necesidades reales de una comunidad: quién define las preguntas, quién tiene autoridad, a quién pertenece el conocimiento generado.
Por esa razón, durante los primeros años optó por la etnografía crítica, un campo donde su posición como investigador estaba claramente delimitada. Sin embargo, alrededor de 2010 y 2011, un proyecto con estudiantes inmigrantes latinoamericanos en el sistema escolar de Toronto transformó su mirada. Tras presentar los primeros resultados, fueron los propios estudiantes quienes preguntaron qué venía después, mostrando interés en seguir involucrados. Ese gesto marcó un punto de inflexión. Rubén entendió que había una oportunidad real de construir procesos colaborativos. La condición fue clara: continuar solo si los jóvenes querían aprender a investigar por sí mismos. Él podía acompañarlos, pero la investigación sería de ellos.
Primeras experiencias con jóvenes
Así nació su primer proyecto participativo con estudiantes de entre 15 y 18 años, desarrollado junto a Cristina, una estudiante de doctorado interesada en estas metodologías. En colaboración con la Junta Escolar de Toronto diseñaron un modelo híbrido que combinaba un curso escolar de ciencias sociales con un rol remunerado como asistentes de investigación.
Pronto surgió una tensión que los acompañaría por años: ¿cómo implementar prácticas horizontales dentro de instituciones profundamente jerárquicas como la escuela? Esa pregunta ética y política se convirtió en una línea de trabajo permanente. Inicialmente el proyecto se centró en estudiantes inmigrantes latinoamericanos, pero con nuevos fondos se amplió para incluir estudiantes indígenas de Canadá y jóvenes latinoamericanos que también se identificaban como indígenas. Este cruce de experiencias enriqueció significativamente el proceso, que terminó extendiéndose durante once años.
Expansión, redes y Youth Research Lab
La experiencia abrió múltiples puertas. Surgieron colaboraciones con escuelas asociadas a la Universidad de Toronto, un proyecto de evaluación participativa con la escuela indígena Wekimün en Chiloé y la creación de InSite, una revista dedicada exclusivamente a publicar investigaciones desarrolladas por jóvenes.
Con el tiempo, estos esfuerzos convergieron en la creación del Youth Research Lab, un espacio asociado al Center for Urban Schooling de OISE, donde se integraron diferentes proyectos. Un principio ético orientó todo su trabajo: las investigaciones pertenecían a los jóvenes, quienes las diseñaban, analizaban y presentaban públicamente. Los adultos facilitadores, entre ellos Rubén, enfocaban su propia investigación en reflexionar sobre sus prácticas pedagógicas, sus decisiones éticas y su lugar dentro del proceso.
Nuevas líneas: la facilitación comunitaria y la pandemia
Con el paso de los años aparecieron nuevas preguntas. ¿Cómo cambian las prácticas de facilitación según los contextos? ¿Qué tensiones surgen al trabajar con diferentes comunidades? La llegada de la pandemia abrió un nuevo campo: investigar cómo facilitadores comunitarios de distintos sectores —salud, educación de adultos, artes comunitarias, jóvenes inmigrantes, jóvenes LGBTQ+, jóvenes que usan sustancias, entre otros— adaptaban su trabajo al entorno online. Esta ampliación del enfoque permitió comprender mejor la diversidad del trabajo comunitario y sus desafíos.
Un proyecto completamente horizontal
Tras la pandemia, una nueva subvención permitió conformar un grupo de 25 facilitadores que hoy desarrollan un proyecto participativo centrado en su propia práctica. Esta vez, la horizontalidad es total: aunque Rubén cumple el rol administrativo ante la institución que entrega los fondos, dentro del proyecto es simplemente un miembro más. No existe distinción entre “investigador” y “comunidad”, porque la comunidad son ellos mismos.
Se entrevistaron mutuamente, organizaron grupos focales autogestionados y analizaron los datos de manera colectiva. El proceso, describe Rubén, ha sido profundamente transformador. Permitió compartir experiencias, tensiones, desafíos éticos y aprendizajes que suelen quedar fuera del registro formal. Para él, ha sido una forma de cuidado colectivo.
El trabajo comunitario, dice, es intenso y muchas veces no deja espacio para reflexionar. Este proyecto les permitió detenerse, mirarse, conversar y comprender más a fondo las dinámicas de poder que atraviesan incluso a quienes trabajan para desmontarlas. En ese ejercicio, se han permitido aprender juntos y fortalecer las prácticas que sostienen su compromiso con comunidades históricamente marginadas.
Esta entrevista fue realizada en la ciudad de Valparaíso, en octubre del 2025, durante la última visita de Rubén a Chile.
